Militares al poder - Up to power
Se puede reclamar el poder desde muy diferentes ámbitos. El poder, como la música, amansa a las fieras, pero también es bálsamo mágico para aquellos que llevan la soflama alcista en lo más profundo de su código genético.
España ha sido país de asonadas y levantamientos. Más que en ningún otro lugar de Europa, España ha sabido dirimir su historia al acorde del sonido de espuelas, botas y mosquetes. Si en Francia las revueltas se concentraron en unos años de terror y guillotina; si en Inglaterra en la época pre-contemporánea se solventaron las dudas a base de hachazos certeros en la parte superior del torso, en España, en cambio, preferimos entrar a caballo en las Cortes, levantar a las cabilas infieles y arrastrarlas a golpe de corneta hasta la península o sencillamente ir dándole caramelos de placer político a los mandos con anhelos de cambios.
No vamos a decir que sea esta una mala elección. Cualquier ciudadano tiene la posibilidad y el derecho de acceder a la representación política, pero ¿un militar es cualquier ciudadano?. Atendiendo a las Reales Ordenanzas, sin duda no. Son tácitas en este extremo. Tácitas y transparentes disociando la labor castrense de la política; separando la carrera de las armas de la de la tribu de oradores del Congreso.
La Ley de Derechos y Deberes, a pesar de las propuestas contrarias de varios partidos políticos (IU, CiU, PNV y UpyD), mantiene, por la presión del bipartidismo imperante en esta España decimonónica, en su artículo 7 que el militar está “sujeto a la neutralidad política”, por lo que “no podrá fundar ni afiliarse a partidos políticos, y se abstendrá de realizar actividades políticas y no las permitirá en las Fuerzas Armadas”.
Algunos altos mandos como el general José Luis Rodríguez-Villasante Prieto, del Cuerpo Jurídico Militar, retirado y director del Centro de Estudios de Derecho Internacional Humanitario de la Cruz Roja Española, han puesto en duda la conveniencia de mantener la prohibición de que los militares abracen públicamente ideas políticas.
En el fondo es algo de sentido común. Cada militar abraza en secreto –cual logia masónica- una querencia política particular. El ser humano es un ser social y político; pedirle que actuase de otro modo sería como pedirle al león que respetase a la gacela impala dejándola huir en vez de pegarse el gran festín a su costa. El militar, como ciudano, puede tener sus ideas políticas. Otra cosa es que deba participar de ellas públicamente. Mal se ve siempre la cercanía de los fusiles y la opinión. El mando, como la tropa, ha de servir a su bandera y a las órdenes supremas de sus más altos mandos y en especial, en España, a las del Rey y el Gobierno. De otro modo, sería facil, de nuevo, canalizar ofensas, quebrantos, malestares y descontentos por la vía armada y emplear estas armas, si no de forma tácita si metafórica, en contra del poder establecido y, en definitiva, en contra del deseo del pueblo.
Otros altos mandos, como el ex jefe del Estado Mayor del Ejército del Aire (JEMA) general Eduardo González-Gallarza Morales se pronunció de forma muy clara dando un “no rotundo” a la posible afiliación de la soldadesca a partidos políticos. Según este estratega, esto supondría una “fidelidad” a la formación política y sus consignas incompatible con la neutralidad exigible al militar. Para el General González-Gallarza, el ámbito castrense no puede compartir consignas políticas salvo las de la defensa de España y la lealtad al Gobierno.
La Historia nos ha dado pruebas de en qué desembocan experimentos como los de la Academia Frunze o peor aún, de qué modo se dirimen las disputas regionales en manos de generales de plaza destinados fuera de la Península o de simples Tenientes-coroneles con ganas de subvertir el legítimo proceso constituyente. Los descontentos castrenses suelen tener la tendencia de las armas, que siempre están cerca y dispuestas a acallar las voces disidentes. España, alegre por su sol y por su playa; amable por su simpatía bandolera y por sus lindas mozas, también ha sabido despertar en demasiadas ocasiones a las fieras incontenibles de la violencia. La fuerza puede desplegarse de muchos modos. Hay una fuerza inercial, propensa a la generación de cambios, a menudo lentos, sobre la que se fundamenta el derecho público; pero hay otra fuerza, explosiva, generatriz y dinámica que, en tiempos de zozobra e incertidumbre, encuentra siempre bocachas de fusil por las que salvar “La Patria”. El militar, imbuido en su enconada defensa de “La Patria”, si tiene posibilidad de asomarse a la palestra pública, suele ser partidario de soluciones rápidas, magistrales, esclarecedoras e insoportablemente efectivas.
Ya hubo tiempos de militares en los estrados. Stanley G. Payne ya lo sentenciaba en su obra cuando, al referirse a la implicación política de los militares en España señaló en 1966: “La historia del ejército español en cuanto institución política se extiende durante 125 años, desde 1814 a 1939, y alcanza su cumbre en la guerra civil de 1936-1939 y durante la larga pax armata de Francisco Franco que le sucedió. La importancia primordial del ejército en la vida pública no fue debida a la inteligencia de sus líderes o a la eficacia de su organización, sino simplemente al hecho de que era una fuerza armada capaz, al menos transitoriamente, de sostener o de reprimir a otros grupos”.
Desde el siglo XIX, la sucesión generalizada de alzamientos militares (Porlier, Lacy, Milans del Bosch, Espoz y Mina, Riego) culminó, tras una dicta-blanda militar (Primo de Rivera) en los 40 años de Dictadura que aún marcan -en demasía- el paso de esta “Patria” pesada y lenta. Los tiempos de los grandes espadones como Narváez, Espartero y O’Donnel dieron hálito al paso a la escena política de renombrados hombres de armas: Serrano, Pavía, Martínez Campos o los intentos insurreccionales como el de los tenientes Galán y García Hernández, en el preludio de la nueva asonada del General Franco.
Hecha la Ley, hecha la trampa. Un militar alejado de la carrera de las armas –aún cuando haya pasado a una actividad parcial mereced a la situación de Reserva- puede acercarse a la carrera política mediante la simple concurrencia de la amistad; esta relación de “compadre”, tan arcaica como la propia situación de retroceso a la que se está exponiendo España, permite bajo el manto del “Cargo de Confianza” que en un lugar de España hasta 6 militares, alguno de ellos de alta graduación, formen parte de los entresijos de la política regional.
Y así, en tiempos de zozobra como los que vivimos; en momentos inciertos y de descontento social generalizado, de auge de los neo-fascismos y de caldo de cultivo de esperanzas del signo más dispar, una región de España ha decidido, poco a poco ir colocando militares en sus estamentos públicos.
El Gobierno balear, dirigido por el joven Bauzá, ha situado en sus órganos de gobierno y confianza, al menos a 5 militares de carrera. El Gobierno insular acaba de nombrar como nuevo director insular del Gobierno central en la isla Menorca al Comandante de la base Naval de Mahón, el capitán de fragata Javier López-Cerón. Éste marino se unirá a otros egregios castrenses como el antiguo JEMAD (Jefe del estado Mayor de la Defensa), el General Luis Alejandre, a la sazón vicepresidente de proyectos del Consell de Menorca. También las islas de Ibiza y Formentera han tenido como Delegado insular a un militar en la reserva, el Teniente Coronel Rafael García Vila. La nómina de militares en los órganos de Gobierno insular se completa con el Capitán de Navío Jose María Urrutia, antiguo comandante del Sector Naval de Baleares y ahora Presidente Ejecutivo de la Autoridad Portuaria de Baleares. La gerencia del Consorcio de la Orquesta Sinfónica de las Baleares también se encuentra bajo la batuta de un antiguo (músico) militar, en este caso Marcelino Minaya. Algunas fuentes, como El País, señalan también la figura de Antonio Deudero Mayans al cargo de la Dirección General de Puerto y Aeropuertos, si bien en este caso se trata de un civil trabajando de forma parcial para el estamento militar a través del compromiso cívico-militar de la Reserva Voluntaria.
Si esta deriva militar del Presidente Bauzá se debe a un recuerdo a la figura de su padre, músico militar, o simplemente a que considera ejemplar la gestión militar trasladada a los estamentos civiles es cosa aún por clarificar.
Lo cierto es que situaciones como ésta llaman a preguntarse hasta qué punto el hombre de armas, al alejarse momentáneamente del estamento castrense, deja de pensar como un militar. De sobra se sabe y la historia lo ha demostrado, que un militar de carrera es un militar hasta su muerte. Su pensamiento, forjado a la sombra de unos valores destacados y heróicos, suele mantenerse fiel a unos principios loables, pero algo rancios. Principios en los que la Patria se antepone a cualquier otra cuestión. Principios en los que la “obediencia debida” ha conducido a trágicos momentos. Principios en los que las armas y la paz no dejar de asociarse en un problemática mezcolanza oleo-acuática. Principios que no por loables, llevados al extremo, pueden convertirse en la cura que mata, en la medicina-veneno, en el bálsamo de Fierabrás que tantas legañas dejó en los ojos de Europa y tantas lágrimas, particularmente, en los de España.