El ébola o la vergüenza
A Health worker protest supporting Ms. Teresa Romero at the main entrance of Carlos III Hospital in Madrid
(C) Czuko Williams/Demotix/Corbis 2014
(...) La Prensa ha sido aniquilada por la misma Prensa. El público reacciona con hastío al hartazgo de basura mediática
La democracia y la calidad social de un país pueden rastrearse a través del nivel de saneamiento de sus medios. La solvencia periodística, otrora asociada a la cabecera del medio, ha quedado relegada a la confianza que nos despierta el columnista, el redactor, o en el caso de las imágenes de prensa, el fotógrafo.
Esta nominalización de la información más básica ha venido sufriendo, en España, en la última década, un deterioro notable. Paralelo a éste, además, se ha producido un descenso de la calidad de la mayor parte de los medios, tanto a nivel informativo, como a nivel meramente lingüístico.
Las zozobras de la Prensa se han querido asociar, a bulto, con la crisis económica. Se han hecho todo tipo de malabarismos para tratar de mantener en pie el edificio periodístico. Y aún es peor, estos equilibrios se han realizado cimentando con prensa amarilla el edificio informativo y dotando a su encofrado de un corsé político inadmisible en cualquier país democrático, civilizado y desarrollado que se precie.
De la prensa regalona, con corifeos de sartenes, fulares, relojes y colecciones infumables de música o cine, hemos pasado a la idea colaborativa, el crowfounding y todos los sucedáneos posibles de apoyo social, pensando que estar a la última supondría salvar el periodismo. Al mismo tiempo, los males del periodismo se han achacado a todo lo que circunnavega las redacciones. Fotógrafos insanos que regalan su trabajo, plumillas que escriben, fotografían y si es menester tocan el tambor al unísono, pero sobre todo a un público desencantado y tristón que no valora lo que les estamos dando “gratis”. Gratis, señores, como si las toneladas de basura publicitaria con que cargan los diarios clásicos en papel y los más modernos digitales, no fuesen fuente de ingresos para esas voraces máquinas de fagocitar presupuesto que son las cabeceras editoriales de la Prensa diaria y sus múltiples sucedáneos coloristas.
Pero no, esto no es así. Al menos no es tan sencillo como parece. La Prensa ha sido aniquilada por la misma Prensa. El público reacciona con hastío al hartazgo de basura mediática. El lector se rebela ante lo escritos mal construidos sintáctica o gramaticalmente, pero sobre todo, se rebela ante las evidencias nítidas de partidismo y de servilismo que se advierten en algunos medios.
Casus Belli: El Ébola en España
"Las imágenes de Teresa Romero dentro de su habitación del Hospital tienen un valor informativo mínimo"
Several demonstrators call for Madrid's Health Counselor and Spanish Health Ministry resignation in front of the National Health Building in Madrid during the White Tide on October, 19th
© Czuko Williams/Demotix/Corbis 2014
El caso más reciente, más triste e hiriente de esto que señalamos lo encontramos en el contagio de ébola sufrido en España por la Técnico Auxiliar de enfermería Teresa Romero. Desde el momento en que se infecta de ébola, se disparan –lógicamente- las alarmas de los medios. Es preciso y necesario cubrir la noticia, pero no lo es menos ser riguroso y sobre todo, escribir, fotografiar y documentar con la cautela suficiente como para que la información sea eso, información y no se convierta en circo mediático, desinformación,” infoxicación” o propaganda.
De forma veloz el morbo salta a la palestra y la voraz locura de los medios y las principales agencias de prensa lleva a situaciones que, por vergonzosas, no deberíamos olvidar demasiado rápido. La patata da poco que pelar. Gráficamente una ambulancia que pasa, un enfermo que embarca en un vehículo y el séquito de ambulancias y vehículos de escolta con individuos uniformados como corresponde. Se explica la necesidad de narrar e informar sobre situaciones anómalas, como el hecho de que algunos de estos individuos no vistiesen, en el momento del traslado, trajes de protección vírica. Poco más. El tiovivo informativo de las siguientes semanas no era, como se ha demostrado, más que ruido.
A partir de aquella primera noche del siete de octubre de 2014, la locura se apodera de las redacciones. Los periodistas y fotógrafos podemos suponer el hervidero de la redacción. Somos de un modo u otros pinches de esas cocinas y sabemos lo que se mueve en los fogones. Pero el público general, al que debemos informar y sobre todo al que debemos tratar de no alarmar en exceso, desconocen cómo funciona una redacción. Ellos no saben de presiones, de intereses, de egos…Ellos, que son los que pagan por la información, sólo necesitan información.
"Las imágenes de Teresa Romero dentro de su habitación del Hospital tienen un valor informativo mínimo"
Mientras en Madrid pelamos la patata de los dos muertos y la única contagiada de ébola, en África, sin que medien demasiadas manifestaciones ni altercados, mueren miles de personas y otras tantas se contagian en una espiral exponencial cuya prospectiva pone los pelos de punta. Eso sí, en Alcorcón nos damos de hostias para que no se lleven al can Excalibur, mediando la ignorancia, la crueldad y la improvisación entre las autoridades que no saben de qué modo afrontar una situación crítica jaleada por la Prensa y que amenaza con ¿escapárseles de las manos?. África se desangra y en Madrid la vigilancia del Hospital emula el Watergate, pero sin llegarle a la suela de los zapatos. De risa si no diese tantísima pena y vergüenza.
Y aquí se agria la situación cuando por el hecho lucrativo más que por el informativo, algunos se empeñan en meter las cámaras hasta en el plato de la sopa de Teresa Romero y sus desdichados compañeros de viaje. La locura se adueña del ambiente y se inicia la pelea para ver quién la tiene más grande, más larga, mejor situada o simplemente quién es capaz de hacer, decir o escribir, la sandez más amarilla. Y ahí, precisamente, se esfuma el periodismo.
Las imágenes de Teresa Romero dentro de su habitación del Hospital tienen un valor informativo mínimo. Tienen morbo, despiertan curiosidad, pero no añaden dato informativo alguno. Los escarceos juveniles de algún plumilla por los pasillos de la quinta planta del Hospital Carlos III no son sólo reprobables, sino que deberían haber sido objeto de una persecución primero sanitaria y luego judicial pues, no en balde, se estaba poniendo en riesgo la salud de millones de personas de forma gratuita, pues, como se ha demostrado, su texto tenía el mismo valor informativo que un folio en blanco.
Se ha pelado la patata hasta la saciedad. Hasta dejarla monda. Se ha destruido la noticia a base de banalizarla o peor aún, de tratar de convertirla en un culebrón informativo detestable, infumable, insoportable y vomitivo. De las horas de directo y de los centenares de imágenes ofrecidas al público, tan sólo unos pocos minutos de video y media docena de fotografías tienen algún valor informativo. Lo demás es recurso, relleno, estopa, basura, bazofia mediática más propia de un estercolero de lazareto que de un medio de Prensa mínimamente serio. Lo del robo de imágenes de un perfil de Facebook –cuando nos hemos desgañitado denunciando estas acciones y lo mucho que ponían en riesgo el trabajo de fotógrafos y periodistas- es ya harina de otro costal: es algo sinceramente indecente.
Lo más preocupante es, no obstante, que desde los mismos medios desde los que se clamaba pidiendo una merecida pira para la Ministra Ana Mato o el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, jamás se ha dado muestra de arrepentimiento y mucho menos de depuración de responsabilidades por las tropelías propias.
Que la incursión adolescente por los pasillos de la quinta planta del Hospital Carlos III quede en agua de borrajas es tan grave como que Javier Rodríguez, el Consejero de Sanidad, se vaya “de rositas”. Tan lamentable es que Ana Mato no asuma su responsabilidad como que nadie se disculpe por la deleznable intromisión en la intimidad de Teresa Romero colando telescópicas miradas a través de su ventana del Hospital. Tan denunciable es que Mariano Rajoy se haya puesto de perfil como que los directores de los medios y agencias implicados en todo este escarnio estén eludiendo su responsabilidad por estigmatizar a una persona que, con más o menos acierto, con más o menos destreza y con más o menos medios –que eso sí debería ser investigado periodísticamente-, enfermó muy gravemente llevando a cabo un trabajo de alto riesgo.
La responsabilidad, la honestidad, la legalidad o la profesionalidad son algunas de las grandes virtudes cada día más amenazadas en la Prensa diaria española. El público fagocita aquello que le sirve el restaurante mediático y de los medios depende, en gran medida, que quien coma a su mesa sea una piara de cerdos, un exquisito séquito de intelectuales o una ciudadanía llana pero informada.
Ponerse de perfil en este tema tiene tanto delito como no saber gestionar una crisis. De otro modo, jugaríamos con las cartas marcadas y seguiríamos dando pábilo a aquella gran frase de un maestro mío en la Universidad que siempre nos reprobaba, jesuíticamente, diciendo: “Hagan ustedes lo que yo les digo, no lo que yo hago”